8 de marzo, Día de la Mujer: Las invisibles. Sinhogarismo femenino

Otro año más el Día de la Mujer ha llegado. Cada 8 de marzo salimos a la calle para seguir reivindicando las mismas cosas: el fin de la violencia machista, el fin de la brecha salarial, la abolición de la prostitución, el derecho al aborto libre, gratuito y seguro, políticas reales y eficaces para la conciliación familiar, etc. Es una lucha que no acaba… Parece mentira que en 2022 aun tengamos que seguir saliendo a la calle en este día para reclamar unos derechos que históricamente deberíamos tener simplemente porque es lo justo.

El 8 de marzo no es un día de fiesta, ni de celebración, ni un día para que nos feliciten, ni para congratularnos por “lo maravilloso que es ser mujer”. Sino todo lo contrario. Es un día de reivindicación, de denuncia, de salir a la calle en tropel a gritar ¡BASTA YA! ESTAMOS HARTAS. Pero también es un día de visibilización de todas aquellas problemáticas ocultas o no tan ocultas que nos afectan a las mujeres todos los días, toda la vida, pero que en cambio no se habla de ellas. Por eso este año mi artículo para el 8 de marzo lo voy a dedicar a la visibilización del sinhogarismo femenino, pues las mujeres víctimas del sinhogarismo son junto a las mujeres prostituidas las más invisibles dentro de las invisibles. Porque como suele ser habitual cuando hablamos de las personas sin hogar, a la mente se nos viene la imagen de un varón sin techo, no muchas personas verán la imagen de una mujer y es esa realidad que quiero poner sobre el tapete.

¿Qué es vivir en situación de sinhogarismo?

El sinhogarismo no es solo vivir en un banco del parque o en un cajero automático, cuando hablamos de sinhogarismo a parte de vivir en la calle, es también vivir en una pensión, vivir en un recurso de acogida, vivir en casas de conocidos por temporadas porque has sido desahuciada/o, vivir en un coche porque has tenido que dejar tu casa, o tener que vivir en un colchón en el lugar de trabajo porque el sueldo no da para un techo propio. En definitiva, el sinhogarismo no es solo dormir en la calle, sino que es no tener acceso a una vivienda digna y segura que nos provea de un espacio propio e íntimo en el que vivir para poder desarrollarnos plenamente y al que llamar hogar.

Realmente no existe un término a nivel global para definir qué es una persona sin hogar, aunque dentro del ámbito europeo se utiliza la tipología ETHOS (European Typology on Homelessness and Housing Exclusion) de la Federación Europea de Asociaciones Nacionales que trabajan con personas en situación de sinhogarismo en la cual se distinguen 4 grupos de personas: 1) Personas sin techo. Son las que viven en la calle literalmente. 2) Personas sin vivienda. Son las que temporalmente se alojan en recursos de acogida, albergues, y residencias para personas que viven en la calle, y/o inmigrantes. 3) Personas que viven en viviendas inseguras. Son las que viven en domicilios ocupados, o en casas donde la persona vive bajo amenazas, coacciones y sufre violencia por parte de otras con las que convive. En este grupo se encuentran las mujeres que víctimas de violencia de género. 4) Personas sin hogar que viven en una vivienda inadecuada, como por ejemplo chabolas, cabañas, viviendas abandonadas, furgonetas, caravanas, etc.

En resumen, el punto en común que tienen las 4 tipologías es que ninguna de las personas en esas situaciones viven en espacios que puedan ser definidos como un hogar. Un hogar es una casa digna en la que se respete la intimidad, la seguridad y el bienestar de la persona, así pues, lo que diferencia a una persona en situación de sinhogarismo de otra que no lo está es tener un hogar al que volver al final del día y en el que levantarte para comenzarlo.

El sinhogarismo es un problema social estructural que está causado por factores sociales, sanitarios, económicos, laborales y políticos que lo convierten en una violación de todos los derechos humanos y que atenta contra la dignidad y la vida de las personas que se ven en esta situación. Paradójicamente, a pesar de la gravedad de esto, el sinhogarismo no está dentro de las preocupaciones de la sociedad, esto es en gran medida porque está invisibilizado y soterrado bajo una pila de mitos que hacen que no veamos a estas personas como lo que son, seres humanos como tú y yo pero que la sociedad deshumaniza hasta hacerlas desaparecer.

Todo esto es aún peor si hablamos del sinhogarismo femenino ya que entonces hablamos de doble invisibilización, por razón de situación exclusión habitacional y por razón de sexo (a la que a veces se le suma una triple, o cuádruple si encima hablamos de mujeres migrantes, o que sufren discriminación por su orientación sexual, por discapacidad física/mental, etc.).

La vida en la calle es una brutalidad diaria para todas las personas sin hogar. En nuestro país se estima que hay unas 33.000 personas que viven en la calle. Estos datos han sido extraídos del Informe de la Estrategia Nacional Integral para Personas sin Hogar 2015-2020, aunque según Cáritas ahora la cifra estaría en las 40.000 tras el impacto de la pandemia del COVID-19. De ellas 2 de cada 10 son mujeres (20%).

La realidad del sinhogarismo no es la misma para todas las personas, sino que además es diferente según el sexo de la persona pues las mujeres se enfrentan a situaciones específicas de mayor violencia y vulnerabilidad (violencia sexual, prostitución, acoso, violencia machista, delitos de odio…) muy diferentes a las que se enfrentan los hombres, así como las razones que llevan al sinhogarismo a menudo no son las mismas en hombres que en mujeres, sino que suelen estar ligadas a sucesos vitales y problemáticas muy diferentes, por eso estos matices es algo tan importante a tener en cuenta, pero que rara vez se contempla a la hora de abordar la problemática.

En el caso de las mujeres el sinhogarismo está ligado frecuentemente a la violencia de género. Según los datos existentes de estudios realizados por la Universidad de Barcelona del año 2019, el 70% de las mujeres que viven en la calle han sufrido violencia de género. Dato que se corresponde con el recogido por la Asociación Aires en ese mismo año que señala que el 60% de las mujeres sin hogar afirman que han llegado a esa situación como causa directa de haber sido víctima de violencia de género.  Datos del INE, muestran que el 24,2% de las mujeres en situación de sinhogarismo han sido víctimas de agresiones sexuales y el 28 % han sido abusadas sexualmente en la infancia y en la adolescencia. A esto hay que sumarle los delitos de odio por aporofobia a la que se enfrentan las personas sin techo que en el caso de las mujeres es aún peor; según datos delObservatorio HATEnto, el 60% de ellas aparte de a la violencia machista han sufrido delitos de odio. Además, hay que destacar que el 32% de las mujeres sin hogar han intentado suicidarse. Otros estudios realizados en países de la UE, corroboran que el porcentaje de mujeres viviendo en la calle que han sido víctimas de violencia de género es alto en todos los países, por lo que hablamos de un mal endémico, global y generalizado.

Para las mujeres que se ven abocadas al sinhogarismo la espiral de violencia no cesa porque se vayan lejos de su agresor con quien estaban conviviendo, sino que una vez en la calle, la violencia se vuelve peor y más extrema, sobre todo la violencia sexual. Datos de 2012, de la encuesta de personas sin hogar del INE, ya nos indicaban que un 24% de las mujeres sin techo habían sido víctimas de agresiones sexuales, muchas veces dichas agresiones perpetradas por sus “compañeros de calle”.

Aunque no siempre hay una situación de violencia de género previa que lleva a la mujer a vivir en la calle, a veces un divorcio conflictivo donde la mujer no ha trabajado fuera del hogar y ser dependiente económicamente de su pareja (violencia económica) hacen que acabe en situación de sinhogarismo. Otras causas recurrentes suelen ser el de tener un problema de salud (muy a menudo de salud mental); pérdida de la casa como consecuencia de empleos precarios y temporales que suelen estar desempeñados por las mujeres; también como consecuencia de un proyecto migratorio truncado a la que se le añade estar en situación irregular. Otro caso muy frecuente es el de las mujeres que trabajan de internas en domicilios particulares en los que realizan las tareas domésticas y de cuidados de personas mayores y/o menores. En estos casos el lugar de trabajo y la vivienda se convierten en el mismo espacio pero que en cambio cuando enferman muchas de ellas son abandonadas en los hospitales (este es un caso que se ha dado mucho durante la pandemia) y de ahí pasan a estar en una situación de calle ya que no vuelven a trabajar en ese domicilio (a ello hay que sumarle que la inmensa mayoría son mujeres inmigrantes, sin contrato, ni seguridad social, ni nada y muchas de ellas en situación irregular).

Por todo esto es tan importante abordar la exclusión habitacional desde diferentes perspectivas. Porque el sinhogarismo femenino, en concreto, se produce por causas totalmente diferentes y con problemas añadidos en relación al sinhogarismo masculino. Por ende, se hace de vital importancia la necesidad de crear espacios específicos para las mujeres dentro de la red de recursos que atiende a las personas sin hogar.

¿Por qué se ven más hombres en la calle que mujeres?

Ciertamente, el sinhogarismo es un problema que afecta mayoritariamente a los varones, aunque cada vez son más las mujeres que se ven en esta situación. Pero para explicar el por qué a ellas no se las ve apenas viviendo en las calles no es tanto porque el problema afecte en menor medida a las mujeres como que porque mientras que los hombres se instalan en la vía pública o en recursos de acogida o albergues, las mujeres suelen recurrir a otras soluciones.

Anteriormente he mencionado los cuatro tipos de sinhogarismo que existen, porque reducirlo al hecho de vivir en la calle es no ver la totalidad del problema y su verdadera dimensión, ya que no siempre ser una “persona sin techo” es sinónimo de vivir en la calle, y es ahí en ese matiz donde encontramos a las mujeres que hay que visibilizar. De hecho, los estudios empíricos que se han realizado sobre el tema y sobre el terreno con mujeres en situación de exclusión residencial dejan en evidencia que el sinhogarismo femenino generalmente se produce de puertas para dentro, es decir, hay que buscar en las infraviviendas, en el chabolismo, en la ocupación, en casas de familiares y amistades, entre otras situaciones, que hacen que las mujeres no puedan realizar su proyecto de vida plenamente y poder así salir de la pobreza extrema que afecta en proporciones dramáticas a las mujeres por factores que ya se han explicado hasta la saciedad desde los estudios sociológicos de género en los que se explican que las causas de feminización de la pobreza viene dado porque las mujeres ocupan la mayor parte de puestos de trabajo temporales, empleos precarios, pensiones paupérrimas, entre otras realidades a las que se enfrentan las mujeres a diario.

Estas investigaciones sobre el sinhogarismo femenino indican que son diversas las razones por las que el porcentaje de mujeres durmiendo y viviendo en la calle es mucho menor. Las mujeres que se ven sin hogar siguen trayectorias radicalmente diferentes a las de los hombres. Ellas echan mano de toda la ayuda y apoyo de su red social con tal de no verse viviendo a la intemperie. Solo acaban viviendo en la calle cuando todos los recursos a su alcance de apoyo familiar, social y de Servicios Sociales han fallado. Esto es algo que no se da con los varones, por eso a ellos sí que se les ve con mayor frecuencia en bancos, parques, cajeros, en albergues, etc. Además hay que señalar que la inmensa mayoría de mujeres en situación de sinhogarismo tienen hijos e hijas pequeños y es el miedo a perderlos lo que las empuja a buscar ayuda de personas cercanas antes de arriesgarse a pedir ayuda institucional que las haga correr el riesgo de perder los derechos sobre sus criaturas, (esta es la razón por la que tampoco se las suele ver en albergues o casas de acogida para personas sin techo), prefieren recurrir a la ayuda de su red social o recurrir a otras salidas como la ocupación, el chabolismo, u otros espacios. Solo y únicamente cuando se ven en la pura calle es cuando recurren a estos recursos de ayuda social, lo que hace que muchas pierdan a sus hijos e hijas y acaben viviendo solas en la calle.

Por último, otro de los motivos por los que las mujeres sufren el sinhogarismo de manera “privada” es porque los recursos y servicios destinados a las personas sin techo están frecuentemente diseñados para la población masculina (o unisex), sin espacios propios para mujeres; recordemos que muchas vienen de situaciones de violencia y abusos y necesitan sentirse seguras donde se preserve su intimidad, algo que no se da en la mayoría de estos recursos de acogida temporal, albergues, etc. De ahí que sea tan necesaria la incorporación de la perspectiva de género en este ámbito.  

La importancia de la perspectiva de género a la hora de abordar el sinhogarismo

Todos estos datos nos muestran que para abordar la problemática del sinhogarismo, en el caso de las mujeres, es necesario y de vital importancia adaptar los recursos a las necesidades específicas de las mujeres e incorporar la perspectiva de género en todos los planes, proyectos, recursos, medidas, acciones y estrategias dirigidas a la ayuda de las personas que viven en la calle.

El Recuento de Personas sin Hogar en la Ciudad de Madrid de 2016, reveló que solo el 11,5% de las personas sin hogar en Madrid eran mujeres. Dato que chirria cuanto menos porque lo cierto es que la pobreza tiene rostro de mujer en elevado porcentaje por lo que resulta extraño que el dato sea ese (según datos de Naciones Unidas de 2020, el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres, y según datos del INE de marzo de 2021, en España había un total de 4.255.564 mujeres de entre 16 y 64 años en riesgo de pobreza y/o exclusión social, siendo el desempleo una de las principales causas. Frente a los 3.100.000 hombres). De hecho, según datos del 2014, recabados en Madrid, el 53,6% de las personas en riesgo exclusión social y situación de pobreza eran mujeres, frente a un 46,4% de hombres; y entre los jóvenes de 18 a 29 años sin hogar, las mujeres suponían el 18% en 2005 (antes de la crisis), porcentaje que creció hasta el 25% en 2012 (en plena crisis). Por lo que, si seguimos la serie histórica, resulta realmente increíble que en 2016 el porcentaje fuera el 11,5%, de facto, el dato que da Cáritas actualmente es el del 20% (citado en el apartado anterior).

Pero más allá de datos, esto tiene una explicación y es que el sinhogarismo además de tener múltiples caras y realidades, como he mencionado antes, las mujeres lo viven de manera radicalmente diferente a los hombres, y son las realidades vitales de las mujeres lo que no aparecen en las estadísticas puesto que cuando se hacen los estudios de campo tan solo se contabilizan las personas que viven en la calle a la intemperie o que acuden a recursos de acogida temporales como los albergues, y es en esos espacios donde no se encuentran las mujeres sin techo pues ellas hacen otros recorridos, como también ya expliqué anteriormente. Así que no es solo que se invisibiliza sistemáticamente a las mujeres, sino que tampoco se tienen en cuenta otras formas de sinhogarismo existentes que afectan a las mujeres, pero también a los hombres, lo que hace que no se tenga ni de lejos una perspectiva real de la situación pues demasiadas personas quedan fueran de esos estudios de campo tan estrechos de miras.

Como he mencionado en el apartado anterior, para abordar la totalidad de la realidad del sinhogarismo y su problemática hay que hacerlo desde la perspectiva de género que nos permite ver, entender, y poder dar respuestas adecuadas a las personas, pues hombres y mujeres transitan por trayectorias vitales y realidades muy distintas y lo que es adecuado para los hombres no lo es para las mujeres, y viceversa. De este modo puede evitarse que muchas personas acaben finalmente viviendo en la calle, pues la perspectiva de género permite entender las casuísticas tan dispares entre unos y otras, nos permiten ver todas las variables y versiones que hay dentro del fenómeno del sinhogarismo, diseñar recursos y medidas óptimas para que las mujeres puedan acudir a ellos y hacerse así visibles. Además, no solo las mujeres, sino también el tener en cuenta que no todas las personas son atravesadas por las mismas realidades, a parte de la diferencia sexual, está la étnica, la orientación sexual, la discapacidad física o intelectual, problemas de consumo de sustancias, el país de origen, entre otras, que cuando se suman a la diferencia sexual hacen que hombres y mujeres vivan la situación de sinhogarismo doble, o triplemente más brutal.

Esto no es algo que digamos las feministas, es que los mismos equipos de investigación más recientes, se han dado cuenta que a la hora de trabajar e investigar sobre el sinhogarismo, si se quiere hacer de forma correcta, la perspectiva de género es fundamental, porque sin investigaciones y estudios bien diseñados que contemplen todas estas realidades sistemáticamente obviadas e invisibilizadas, no pueden diseñarse posteriormente medidas, ni recursos eficaces para afrontar el sinhogarismo. Por eso para aplicar la perspectiva de género en este ámbito los estudios y posteriores acciones deben estar centrados primero en la trayectoria vital de mujeres y hombres, en la etapa de su vida en la que se encuentren, incluir no solo datos cuantitativos sino también incluir datos cualitativos que tengan en cuenta las voces de las personas, solo así, teniendo en cuenta todas estas aristas podrán ser diseñadas políticas públicas realmente eficaces para hombres y para mujeres que sufren esta situación tan terrible de tener que vivir en la calle.

Por otro lado, si realmente queremos saber la dimensión del problema no podemos quedarnos solo en los estudios que solamente contabilizan a las personas en situación de calle y/o albergues (donde sobre todo son hombres) como sucede actualmente, sino que hay que ampliar el abanico para que no se queden fuera personas que sufren otro tipo de sinhogarismo (donde se encuentran las mujeres). Esta es la explicación por la que desde siempre el fenómeno del sinhogarismo se haya visto desde un prisma androcéntrico en el que la realidad de las mujeres ha quedado invisibilizada prácticamente, algo que no solo ocurre en este caso que nos ocupa, sino que ha sucedido y sucede en otros ámbitos como el sanitario, el judicial, el educativo, el laboral… Donde el varón es la medida de todas las cosas. 

Otros factores específicos que nos atraviesan a las mujeres, que explican el porqué de la exclusión social femenina, y que quedan fuera a la hora de abordar el sinhogarismo femenino son: la brecha salarial, el reducido mercado laboral del que disponemos y que se reduce aún más cuando decidimos ser madres; la falta de políticas reales de corresponsabilidad y conciliación de la vida familiar y laboral que nos aboca a empleos temporales, y precarios (el 32% de las mujeres trabaja a tiempo parcial frente al 8% de los hombres) con reducción de jornadas para poder atender a la casa y a la familia; pensiones de 400 euros o menos porque a pesar de haber estado trabajando toda la vida nuestras cotizaciones han sido escasas o nulas por esas razones anteriormente mencionadas; las violencias que sufrimos solo por ser mujeres como la machista y la sexual, etc. Todo ello hace que sigamos siendo dependientes en mayor o menor medida de nuestras parejas o familiares y que son todos ellos factores de riesgo que podrían acabar por llevar a vernos en la calle a cualquiera de nosotras. De hecho, si se cuantificara el número de mujeres que habitan espacios inseguros (ocupación, bajo amenaza de desahucio, acogidas por familiares/amistades, alquileres precarios, chabolas etc.) el número sería mucho más elevado al de los hombres.

Hay que tener en cuenta también dentro del sinhogarismo femenino que la inmensa mayoría de mujeres en esta situación, antes de verse en la calle han pasado por situaciones en las que para poder sobrevivir y evitar a toda costa la calle se han visto abocadas a mantener relaciones con parejas que las maltrataban, a la prostitución, a intercambiar techo y comida por cuidados, limpieza y compañía, o trabajar gratis a cambio de poder vivir en un habitáculo dentro del lugar de trabajo. Todas estas situaciones previas a la vida en la calle son las que hacen que el sinhogarismo femenino sea origen y factor de riesgo de enfermedades físicas y mentales; situaciones de infravivienda que sumados a los abusos y violencias que afrontan las mujeres antes de verse completamente en la calle, hacen que para cuando llegan a la calle sus condiciones físicas, y psíquicas sean más graves que en los hombres.

Las mujeres prefieren pasar por todas estas calamidades antes de recurrir a la vida en la calle porque la violencia contra las mujeres es mucho más brutal aun si cabe en el ámbito callejero y en recursos de acogida temporales que se comparten con los varones donde se dan múltiples factores de riesgo que las hacen vivir situaciones de violación a su intimidad, falta de seguridad, sensación de miedo, indefensión, situaciones degradantes y vejatorias. No es solo el hecho de ser mujer en un ámbito tan hostil, violento, extremo y machista, sino que además puede que sea una mujer pobre, posiblemente inmigrante y/o que quizás tenga algún tipo de discapacidad que la hace aún más vulnerable.

Investigando para este artículo en una de las fuentes consultadas, en la web https://asociacionrealidades.org, he dado con una frase de una campaña para cerrar el artículo que describe perfectamente la realidad de las mujeres en situación de sinhogarismo, “No eres una persona en la calle, eres una mujer en la calle”.

He de decir que esta es una realidad en la que no había profundizado hasta ahora y he descubierto demasiadas cosas que no me gustan, que son injustas y que como sociedad debemos visibilizar. Decía Virginia Woolf que “las mujeres deben tener dinero y una habitación propia” y escribiendo este artículo esa frase ha cobrado más sentido para mí que nunca.

Originalmente publicado en: https://nuevarevolucion.es/8-de-marzo-dia-de-la-mujer-las-invisibles-sinhogarismo-femenino/

Por: Laura Isabel Gomez Garcia, «La Gata Negra».